lunes, 7 de abril de 2008

Las suelas de mis sandalias

No corren siempre hacia ti como las de Cristina y los subterráneos… pero siempre caminan hacia mí.

Nunca me he considerado una persona a quien le importe mucho la ropa. Las marcas me tienen sin cuidado y jamás he entendido cuál es la gracia de gastarse 3.000 dólares en unos jeans. Y si la ropa no me genera mucha emoción, los zapatos me tienen sin cuidado. Cualquier cosa cómoda que me proteja los pies me basta. Tiendo a usar el mismo par de zapatos hasta que se acaban, voy a la misma tienda y compro el modelo más parecido que tengan al anterior. Así he pasado mis años. A veces me doy gustos. De vez en cuando juego a la adulta que no quiero ser y uso tacones, zapatos de punta y me rio de mi misma.


Pero a mis sandalias las amo. Las compré en India. Fueron caras para mí en ese momento. Pagué 700 rupias (14 dólares de la época) por ellas y me dolieron. Pero jamás he tenido mejores zapatos. Recorrieron India conmigo. Ecuador. Villa de Leyva. Muchos días de sol en Bogotá. Y mis primeros meses en México. Las veo y sonrío.
No sé porque significan tanto para mí pero lo hacen. Me recuerdan los días que más me gustan. Cuando camino por horas en lugares nuevos. Cuando conozco gente. Cuando aprendo cosas nuevas. Cuando lo que importa es lo que soy y en donde estoy y no como me veo. Me gusta tener los pies sucios. No me gusta ser sucia, no me malentiendan. Pero mis pies sucios siempre están sucios de caminar horas, de viajar y de ser yo. Tengo una colección de fotos de mí con los pies puercos en donde aunque no lo crean, tengo la sonrisa más sincera.

Pero las sandalias no son eternas. Algunos (entre ellos mis papás y la mayoría de mis amigos), diría que hace varios años que ya murieron. Pero yo, hasta ahora me negaba a aceptar esa realidad. Y la verdad es que cada vez que se han roto, en unos pocos pasos encontraba mágicamente a alguien que las reparaba. Pero ya no pude más. El sábado, a la salida de cine, pasé por una zapatería y decidí dar el gran paso. Comprar unas nuevas. Por 450 pesos (45 dólares… México es caro!) tengo unas nuevas. Todavía no me acostumbro. Son más altas lo cual hace que los pies se ensucien menos pero que me sienta más insegura a la hora de caminar. Y no son las mismas. Están limpias y nuevas. Siento que no tienen historia. Supongo que yo se las daré. Y que tal vez, en algunos años, escribiré sobre estas sandalias… y duraré varios días pensando en ellas con tristeza.






4 comentarios:

Unknown dijo...

El fin de semana constanté que en efecto Li compró nuevas sandalias. La verdad es que me dio mucho gusto porque he sido testigo de cómo traía las anteriores, que más bien parecían unas sandalias sobrevivientes del holocausto.

Aunque reconozco, (aunque si me lo preguntan en persona lo negaré rotundamente) que yo tengo un par de tenis de cuando tenía 15 años, unos nike que me parecieron fabulosos y que están más que rotos, también tengo otro par de tenis que son los que más me han gustado en toda mi existencia y que compré en la secundaria, o sea, hace más de diez años, son de mis reliquias y que algún día estarán en mi museo jajajaja.

Eso de la historia que uno recorre con los zapatos agrega valor a los objetos, y se vuelve algo sentimental y por tanto especial. Supongo que tu mujer, guardarás esas sandalias como yo guardo mis zapatos, ya que me acompañaron en grandes batallas futboleras y fueron testigos de mi ascenso.

Un saludo y un abrazo

Li dijo...

y pretendías, a pesar de tener tus propios tennis guardados, botar mis sandalias??? mi historia??

jajaja

Octavio Perales dijo...

Lina, has oido la canción "zapatos viejos"? :P

Mondragonmerino dijo...

These boots are made for walking, and that's just what they'll do... jajaja

Calificaciones patrocinadas por Outbrain