miércoles, 26 de marzo de 2008

Pensando en Gandhi.

El lunes pasado vimos en mi clase de Liderazgo y ética, la película de 1982, Gandhi. Esa noche volví a casa con una mezcla de tristeza, nostalgia y ganas de tomar el primer vuelo a India. Para aquellos que no saben, hace unos años viví y viajé por India. Y me enamoré profundamente de ese país. Fue de las épocas más hermosas de mi vida. También fue una época donde vi lo peor y lo mejor de la humanidad. La pobreza más absurda y la riqueza más surreal.




Es extraño. Vi una película que narra eventos de hace más de 50 años. Sin embargo, muchas de las cosas contra las que Gandhi luchó, siguen existiendo. Esa escena en la que el Mahatma llega por primera vez a India y ve a la gente en la calle, pidiendo limosnas, desnutridos, sucios, etc… esa escena la vi todos los días. Y llegó el punto en que en un intento por protegerme emocionalmente dejé de ver la pobreza. Logré no pensar en eso, no pensar donde los niños que en la esquina de mi casa que cada mañana me pedían dinero, dormirían en invierno; aprendí a mirar a un lado cuando veía a los ancianos tratar de taparse con trapos… Suena duro. Suena horrible. Fue horrible. Pero luego de tantos días de llorar y angustiarme… tocaba encontrar la forma de sobrevivir emocionalmente a la situación. Sin embargo, no es algo de lo que me sienta orgullosa.




El punto y lo que me impresionó es la certeza de cómo las cosas no han cambiado desde Gandhi. Nos sentimos orgullosos como humanidad de que personas como él existan, en una clase en México, muchos años más tarde, se analiza su caso como ejemplo de liderazgo y ética. Y aunque logró que en la ley los intocables y las castas desaparecieran… en la práctica ahí siguen. Varios ejemplos de esto:



Al llegar a Calcuta, me quedé en la casa de una familia hinduista increíblemente tradicional. Ellos eran acomodados y tenían varios empleados. Uno de ellos, quién era el último en acostarse y el primero en levantarse era un joven de unos 18 años. Por las noches, no tenía un cuarto para dormir. Simplemente se acostaba en la sala de la casa, con una cobija, sin almohada y dormía unas horas. Sin privacidad, sin intimidad, sin nada. Todo porque era menos. Y nadie cuestionaba esto. A nadie le parecía raro.



Otro ejemplo. En la casa donde vivíamos en Delhi, teníamos una empleada. Ella limpiaba y arreglaba. Sin embargo, ni lavaba los baños ni sacaba la basura. Eso lo hacía otra persona. Un día le pedimos que sacara la basura. Dejo de ir a trabajar una semana. Indignada. Molesta. Furiosa. La habíamos ofendido al pedirle que realizara un trabajo que lo debía hacer una casta inferior.



El último ejemplo. En el colegio donde trabajaba como profesora de inglés, se encontraba en construcción. En India, los obreros viven junto con sus familias en las obras que realizan. Llegan al inicio de la obra, con los desechos de la construcción hacen rústicas casas y se quedan allí hasta que el trabajo se termina. Alguien, es el dueño de estas personas, decide qué hacen, por cuánto tiempo y en dónde. Sobra decir, que los índices de mortalidad, enfermedades respiratorias y padecimientos relacionados con la suciedad en estas personas, son altísimos. Cuando los niños aprenden a caminar, empiezan a trabajar. Jugando mueven ladrillos, arrastran materiales y se ganan su pan diario. Sobra decir, no van a la escuela, no tienen acceso a la salud ni tienen derecho a la diversión. Para mí era extremadamente doloroso dar clase a unos niños cuando había otros, afuera del salón, cargando ladrillos a sus 4 años. Pero nadie más lo notaba. Para nadie más resultaba conflictivo o doloroso. Un día le pedí permiso a la directora del colegio para tomarles fotografías a estas familias, ella me miró con extrañeza y me preguntó cuáles familias. Me tocó mostrárselas. Llevarla hasta donde estaban. Y cuando las vio se limitó a decir despreocupadamente Ah! Es que ni los había visto.



Y eso es lo que pasa. Que ni los ven. Son millones de personas que nadie ve. Como son de otra casta, como son inferiores, simplemente no son vistos. No existen. Y la lucha de Gandhi… todavía tiene que ser luchada por alguien. Por muchos. Por todos.




No quiero decir que lo que hizo Gandhi fue poco. Por el contrario. Fue enorme. Y masivo. Y logró lo imposible. Y lo hizo por el camino menos transitado. Transformó la forma en que se logran los objetivos. Ideó una forma pacífica y alternativa de combatir a los grandes enemigos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo duro que le daría caminar por las calles de Bombay y ver que la pobreza, la diferencia, el rechazo y la ignorancia se mantienen.

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