viernes, 14 de marzo de 2008


Cincuenta y cuatro años ha pasado el pueblo tibetano buscando su liberación del gobierno chino
Después de tener más de 6.000 monasterios, actualmente en el Tibet existen alrededor de 12 templos religiosos.


Invadido por el ejército chino en 1951, este pequeño país de los Himalayas donde la religión y el poder político siempre caminaron de la mano vive sojuzgado por un régimen para el cual los derechos humanos y las libertades individuales no tienen ningún valor. El Dalai Lama, su líder espiritual y político, ganó el Nobel de Paz en 1989, pero ni ese hecho ni las resoluciones de la ONU han conseguido liberarlo de la opresión.


Más de un millón 200 mil muertos, 6.254 monasterios destruidos y 100 mil hombres y mujeres recluidos en campos de trabajo obligatorio. Esta era la situación de Tíbet para 1977, según el informe presentado por tres misiones tibetanas enviadas por el Dalai Lama para verificar la situación real de su país. Desde entonces, no se ha hecho ningún reporte oficial. Los informes de aquellos tibetanos que logran escapar del gobierno de la República Popular China reportan que estas cifras crecen anualmente de manera exponencial.

En Occidente, el Tibet suele ser asociado con el Dalai Lama, el budismo, el actor Richard Gere y la película de Brad Pitt Siete años en el Tíbet, pero las cosas van más allá: la historia de este país, conocido como ‘el techo del mundo’ por sus colosales montañas, sobresale por su complejidad y controversia.

En un momento en el que se considera a China como la siguiente potencia mundial, vale la pena darle un espacio a las voces silenciadas. Hasta finales de la década de los cuarenta, el Tíbet se encontraba ubicado entre China e India. Sin embargo, en 1949, el Ejército de Liberación del Pueblo Chino, con el argumento de que lo estaba rescatando del feudalismo y de la explotación de la aristocracia, lo invadió y anexó a su territorio. El reporte oficial chino dice que fue un acto pacifista, no obstante el inmenso número de muertos.

A partir de ese momento, las versiones se dividen en dos, por una parte la que reporta de manera oficial el gobierno chino; y, por otra, la que denuncian los tibetanos. Hasta el día de hoy, no ha sido posible encontrar un punto en común entre las dos historias. Ante la invasión, los tibetanos vieron como única esperanza a la recién conformada ONU. Sin embargo, ésta desconocía totalmente el caso y no pudo hacer nada por ellos.

A través de los años, las Naciones Unidas han aprobado varias resoluciones solicitando respeto por los derechos humanos, por las libertades fundamentales e incluso por la libertad de determinación del pueblo tibetano, pero sin llegar nunca a reconocer su soberanía, razón por la cual, según el derecho internacional, el Tíbet es parte de China.

El Tíbet, en términos legales, perdió su independencia en 1951, cuando se firmó un acuerdo entre los dos países, el que afirmó que el país del Dalai Lama siempre había sido parte de China. Además, en este documento la potencia asiática se comprometió a respetar el sistema político existente, el estatus del Dalai Lama –guía espiritual y político del pueblo tibetano– y la libertad religiosa. Vale la pena resaltar que el acuerdo fue aprobado por una delegación tibetana enviada por el Dalai Lama con la única función de negociar, pero sin autoridad alguna para decidir. Incluso se ha llegado a decir que la comisión fue forzada a firmar dicho acuerdo.


Ante esta situación el líder tibetano buscó apoyo en el gobierno estadounidense, el cual, bajo el espíritu de la guerra fría, lo animó a declarar su total oposición y rechazo al régimen comunista, pero sin darle ninguna garantía de seguridad al pueblo tibetano. El Dalai Lama vio como única salida trabajar con China y, en consecuencia, ratificó el acuerdo y el Tíbet perdió su independencia.

Diez años más tarde, el Dalai Lama, atravesando a pie los Himalayas, huyó de la China y se refugió en India. Este hecho fue resultado de una invitación, por parte del ejército chino, para asistir a una obra de teatro sin su escolta personal o sus asesores, acción que fue interpretada como una amenaza a la seguridad del líder.

La huida ocasionó revueltas de los tibetanos en contra del gobierno chino en las que fueron arrestadas 4.000 personas, según el reporte del Ejército de Liberación del Pueblo. A partir de estos eventos, China inició una cruel persecución contra todo aquel que se considerara rebelde o enemigo de la ‘Madre Patria’, para así poder aniquilar lo que ellos denominaban, “los tres demonios del pasado”: el gobierno tibetano, los aristócratas y los monasterios. Cualquiera que se considerara enemigo era, y aún lo es, llevado a campos de trabajo forzado sin necesidad de un juicio o de procedimiento jurídico alguno. Allí es sometido a un proceso de reeducación a través del trabajo, el cual pretende reformar las ideas y todas aquellas actividades practicadas por los prisioneros que se consideren en contra del régimen comunista.

En consecuencia, estos campos se han convertido en fuentes prácticamente inagotables de una mano de obra extremadamente barata. En la actualidad, es prácticamente imposible encontrar cifras exactas, pero informes de la ONU aseguran que aproximadamente 300 mil personas se encuentran en estos campos, los cuales no pueden ser visitados por ningún tipo de organización internacional, ni siquiera la Cruz Roja.

Ex prisioneros han denunciado la práctica sistemática de los thamzing, sesiones durante las cuales los prisioneros son criticados, humillados públicamente y golpeados de manera salvaje. Uno de los aspectos más importantes de la cultura de Tíbet es la religión, y la vida diaria de cualesquiera de sus habitantes se centra en las prácticas religiosas, que tienen su base en los monasterios, lugares de preparación de los teólogos y especialistas en los rituales religiosos. En los monasterios se preservan los elementos más importantes de la cultura, incluyendo manuscritos, esculturas y pinturas y, además, son utilizados como sede de colegios y universidades.

Es tanta su importancia, que para las familias tibetanas es un honor enviar al menos a uno de sus hijos para que sea educado y alcance la realización religiosa. Tal vez por la importancia que los monasterios han tenido para los tibetanos, estos fueron uno de los principales blancos de China a la hora de destruir al Tíbet y a su cultura. En consecuencia, antes de la invasión existían más de seis mil monasterios donde vivían aproximadamente 600 mil personas y en la actualidad, aun cuando no existan cifras oficiales y los reportes de ex prisioneros y visitantes a la región no coincidan entre sí sobre el número de monasterios restantes, es claro que su número se ha reducido drásticamente, al punto que la página en Internet del Dalai Lama asegura que tan sólo quedan doce.

Al llegar a India, el Dalai Lama se estableció al norte del país, en Dharmsala, territorio cedido por el gobierno Indio. En éste se constituyó el Gobierno Democrático Tibetano en el exilio, donde se manejan los asuntos que conciernen a los más de 130 mil refugiados que han huido del régimen chino. Para impedir la destrucción total de la cultura del Tíbet se establecieron colegios en los que se enseña a los niños historia, cultura, arte y lenguaje tibetano, además de las materias básicas de cualquier institución escolar.

A su vez se han construido Centros para la preservación de las tradiciones tibetanas y nuevos monasterios que permiten revivir la educación religiosa. En Tíbet la situación es totalmente opuesta y los exiliados afirman que China hace lo posible por erradicar la influencia del Dalai Lama, espiando a los monjes y castigando brutalmente a quienes lo siguen. La persecución es tal, que se ha llegado a prohibir tener fotos del líder.


Existen reportes que denuncian que las mujeres tibetanas son forzadas en masa a tener abortos y a esterilizarse. Los tibetanos reciben un trato excluyente en aspectos como educación, trabajo y salario. Obviamente todo esto es rotundamente negado por el gobierno chino. En 1989, el Dalai Lama recibió el Nobel de la Paz por su esfuerzo por encontrar una solución pacífica a la liberación de Tíbet. No obstante, en China ni siquiera se discute el asunto y como país cada día adquiere más poder político y económico, lo cual hace que la lucha tibetana sea cada vez más compleja y tenga menos esperanzas de triunfar.



“Los opresores siempre negarán que son opresores. El sufrimiento está escrito en los valles y montañas de Tíbet. Cada aldea y cada monasterio tienen sus propias historias de la crueldad contra nuestro pueblo. Y el sufrimiento continuará hasta el día en que Tibet sea libre.”
Palden Gyatso, monje tibetano que pasó 33 años de su vida en un campo de trabajo forzado.



* Este artículo lo escribí en el 2005, fue publicado en la revista Credencial de Colombia. Dada la actual situación lo vuelvo a publicar aquí. Para más información sobre la situación, incluyo links sobre las noticias de la lucha tibetana.





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