lunes, 24 de marzo de 2008

De El Tajín, un concierto y un trancón surrealista...







Esta semana decidí no hacer mucho. La verdad la universidad ha estado tan pesada que necesitaba unos días para descansar a fondo y relajarme. El lunes celebré el día de san patricio con una amiga en un pub buenísimo. El martes fui con ella a Tepoztlán y Cuernavaca. Estuvimos delicioso y el resto de los días los dediqué a descansar y disfrutar de mi casa. Todo iba según el plan hasta que el sábado Rodri, me llamó a invitarme de paseo. Yo como siempre sin pensarlo ni preguntar muchas cosas le dije que si. Anoté en un papel el nombre del lugar al que debía llegar, me bañé y salí corriendo. La idea era ir a Poza Rica donde habría un concierto de Café Tacuba. 5 horas de viaje. Nada muy lejos y por el contrario muy divertido.
El bus se tomó una hora menos en llegar y me encontré con Rodri quién estaba con sus primos y unos amigos. 5 niños y yo. Una vez en el calor de Poza Rica, Rodri procedió a contarme que iríamos al Tajín que queda como a 20 minutos donde se haría el concierto por la noche. Cocinamos una carne deliciosa en un potrero y nos fuimos al concierto. El Tajín es un lugar arqueológico donde en semana santa realizan un festival de identidad con bailes, ventas, comida y claro, conciertos. Como queda lejos de todo, los organizadores alquilan casas de campaña (carpas) con camas y sábanas incluidas. Elegantísimo. Rodri me aseguró que como yo alguna vez le conté que había estado dispuesta a dormir en un cajero automática en una noche larga en Barcelona, ni se le ocurrió comentarme los detalles del paseo. A mi me encantó la idea.
Fue divertido ver a Café Tacuba, recordé mi adolescencia cuando bailaba y cantaba sus canciones, pero debo aceptar que les he perdido un poco la pista y no conocía la mitad de sus canciones. Una vez se acabó el concierto, fuimos a nuestra casa de campaña muy elegante y dormimos.
Nos levantamos temprano y nos fuimos a ver las pirámides del Tajín. Yo que de chiquita quería ser egiptóloga (yo sé… era una niña rara) amo cualquier cosa que se llame pirámide. En el Tajín están los restos de la civilización de los Totonacas que habitaban Veracruz, Puebla y Tabasco. Lo que queda en la actualidad es las construcciones del mercado, el juego de la pelota, los lugares donde hacían los sacrificios humanos y una cantidad enorme de muros y paredes que a mí me parecieron encantadores. Lo único que no me gustó es que uno no se puede subir a las pirámides. Pero el solo hecho de estar allí ya me pareció increíble. Rodri me contó que las piedras para construir todo las traían de los alrededores pero como los indígenas no tenían bestias les tocaba a los esclavos. Es que no tenían ni vacas, ni caballos, ni burros ni nada. A duras penas unas cabras que evidentemente no arrastran nada.
La pirámide que más me gustó es la de los nichos, la cual como su nombre lo indica es una construcción de 6 pisos, llena de nichos de 18 cm de alto. Se cree que originalmente había 365 nichos, por lo que se considera era usada como calendario.
A la salida del parque, pudimos ver a los Voladores. Yo nunca había visto algo así y me encantó. Son 4 tipos vestidos con trajes típicos que se suben a un palo de 30 metros de alto y se amarran. Luego otro personaje se sube, se para en la punta del palo y empieza a bailar y a tocar una flauta llamada chirimía. Cuando deja de tocar, los cuatro personajes se lanzan de espaldas y de cabeza al aire. Y empiezan a dar vueltas. Muy despacio. Giran y giran con la cabeza hacia abajo y los brazos estirados mientras van descendiendo. Como hacen para no darse contra el palo es algo que no sé y que les quedo debiendo. Finalmente cuando ya se acercan al suelo ponen una mano en el piso y se dan vuelta. Este ritual se supone tiene todo tipo de significados. Se supone sirve como rito de fertilidad para atraer al sol y la lluvia. Además, cada volador le da 13 vueltas al palo, para un gran total de 52 vueltas (y mucho mareo). 52 no sólo son las semanas del año, sino es un número muy especial en las culturas pre-hispánicas. Cada 52 años se suponía se marcaba el fin de una especie de era donde podía o no volver a salir el sol. Entonces se apagaban todas las luces de la ciudad y los sacerdotes hacían toda clase de rituales y de sacrificios (les encantaban los sacrificios humanos) para convencer al sol de volver a salir.
El cuento de los sacrificios a mi me da un poco de impresión. Pero esta era una cultura donde la vida no era tan importante. La muerte era lo que importaba y más que eso, como se muriera. De eso dependía a qué cielo se iba. La mejor forma de morir era en la guerra pero ser sacrificado también tenía mucho valor. Según Rodri, por eso muchos viejitos se animaban al tema. Otra buena forma de morir como mujer (que estaban jodidas porque no podían morir en la guerra) era dando a luz a un guerrero (nadie me supo explicar qué pasaba si moría dando a luz a una niña). Total lo peor que a uno le podía pasar era morirse de viejito o caerse y morirse.
Una vez terminamos de ver pirámides y personajes con deseo de ser pájaros, decidimos ir a almorzar. La idea con Rodri era comer, dar una vuelta por Poza Rica y luego volver al DF. El restaurante elegido era sobre la carretera para volver a la ciudad. Sin embargo, no alcanzan a imaginarse el trancón. En más de una hora recorrimos MENOS de un kilómetro. Cansados, aburridos y con MUCHA hambre decidimos dar vuelta y buscar un restaurante en Poza Rica. Con Rodri pensamos que lo mejor era hacer tiempito y arrancar a las 5 cuando ya hubiera bajado el trancón. Nos despedimos de los primos y fuimos a almorzar. Y tal como lo planeamos a las 5 volvimos a tomar la carretera. Pero el trancón no había bajado. Ni bajo.
En 3 horas recorrimos 50 kilómetros. Era una cosa totalmente surreal. Nadie se movía. Los carros no avanzaban. Decidimos entonces con Rodri que si para las 10 de la noche no íbamos a mitad de camino, buscaríamos un hotel y dormiríamos un rato. Sin embargo, y aunque a las 10 de la noche estábamos muy lejos de la mitad del camino nunca buscamos el hotel. La verdad ahora que lo pienso no sé muy bien porqué. Él tenía que trabajar hoy (para ser exactos mientras yo estoy en pijama escribiéndoles muy cansada, él está en su oficina como un zombie fingiendo trabajar) y como que nunca paramos. La verdad jamás había estado en un trancón así. Eran miles de carros. Para fortuna mía Rodri tiene un radio satelital muy play que nos permitió oír muchas emisoras. De lo contrario yo a las 5 horas de oír Héroes del silencio, Dream theater y otros grupos de rock mexicano que no conozco me hubiera chiflado. Y seguíamos ahí. Las horas pasaban y nosotros seguíamos en la carretera.
En Colombia podremos estar muy atrasados, destrozados por la guerra y todo lo que quieran pero por lo menos se nos ha ocurrido la idea de la operación retorno. Aquí en la carretera había camiones, tractomulas, buses y un carril de vuelta totalmente desocupado. Una cosa de locos. En algún momento empecé a sentirme en un cuento de García Márquez donde no pasa nada. Las horas pasaban y nada. Avanzando de a metro. Y nada. Con Rodri hablamos, nos reimos, cantamos, discutimos, hicimos confesiones vergonzosas, nos turnamos la manejada (debo aceptar que sin mucho éxito. Yo odio manejar carros ajenos y más cuando es de noche, en carretera y en un carro automático. Extrañé el mío manual con el alma! Y creo hice un poco el oso…) jugamos y nada. Ahí seguíamos. Como en el video de REM, Everybody hurts solo que en vez de durar 5 minutos duramos una eternidad. (http://www.youtube.com/watch?v=ioAQTwc8Oas). Y cuando el tráfico empezó a desaparecerse (todavía me preguntó a donde se fueron la mayoría de los carros), y nosotros nos ilusionamos con acelerar a fondo… apareció la niebla. Y entonces estuvimos de vuelta manejando a 20 km/hora.
Para resumirles la historia y no hacerla tan larga como el trancón, recorrimos 280 kilómetros en 11 horas!! ONCE! No estoy diciendo mentiras. Llegué a mi casa después de las 3 y media de la mañana. El próximo año juro que o me voy en avión o no salgo ni a la puerta de mi casa. Volver al df es imposible.
Eso sí quiero aclarar, que a pesar de todo, Rodri es un excelente compañero de viaje… sino hubiera sido con él, la cosa hubiera sido terrible. Afortunadamente tenemos una capacidad de hablar impresionante y no nos enloquecimos más de la cuenta. Claramente prefiero ir a un café, a cenar o al dentista antes que volver a subirme en un carro para estar 11 horas en un trancón.

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